El silbato
LA MARCHA NEGRA
Por Juan S. Crisóstomo
Cuentan las crónicas de los mentideros oficiales de la capital que hace tiempo que el califa de Zamora declaró las hostilidades a Benavente.
Dicen también que cuando se cubrió con el manto de armiño y pudo unir y juntar, por fin, las dos coronas -la del partido y la de la institución provincial- habría decidido que él, como señor de la provincia, jamás cursaría visita oficial al ayuntamiento de Benavente. "Pero qué se van a creer esa panda de insurrectos del norte, ¿que todo un presidente como yo va a ir a visitar un antro de rojillos? ¡Hasta ahí podíamos llegar!”, aseguran que dijo el presidente en uno de esos interminables consejos que mantenía a menudo con su estado mayor.
En uno de esos estaba cuando el edecán de la Encarnación subió las escaleras echando los bofes y, sin llamar a la puerta, entró bruscamente en la sala.
- Presidente, presidente... ya están aquí...
- ¿Quiénes? -preguntó el prócer.
- Los de Benavente; han venido –afirmó el ayudante.
- ¿Los de la Mesa pro Hospital? –inquirió el presidente.
- Sí, también están los de la Mesa, sire, pero no están solos. Les comanda Guerra con sus concejales, y se ha traído, además, las asociaciones de vecinos, las sociales, las peñas, los sindicatos agrarios, los damnificados por los servicios sociales, el parque de bomberos al completo, los peones camineros, los heridos del toro, las cofradías, los jóvenes y mayores, los contratistas desairados; incluso me ha parecido ver también a Tábara entre los de la CEOE... Definitivamente, sire, están todos, sólo falta el maripepío del Casino y el “Rajoy de Benavente”.
- ¡Menos mal! Que les envíen un SMS agradeciéndoles su lealtad -suspiró el prócer, para añadir inmediatamente: -¡Y a la canallesca que le corten el paso!
- Ya lo hemos intentado, sire, pero son más que nosotros. En su “marcha negra” hacia el sur se le han unido también varias localidades, descontentas por el estado de las carreteras y, ahora mismo, una multitud llena la plaza de Viriato y las calles adyacentes. Los de El Pego están entrando en Santa Clara y se espera que vengan pronto los de Aliste y Sayago. Sanabria y Carballeda quedan más lejos, pero nuestros escuchas han detectado ya sonidos de gaitas lejanas que se oyen por la Sierra de la Culebra.
- Podremos con la revuelta -afirmó el presidente. Ahora, lo que no entiendo es lo de la “marcha negra”. ¿A qué viene eso?
- La han bautizado así -dijo el auxiliar- porque dicen que los de Benavente están negros de sufrir los malos tratos que se les da desde la Diputación. Hablan de acoso desde la Presidencia, de amenazas, de descortesía y de mala educación por vuestra parte.
-¡Basta -cortó enérgico el califa- ¡Quiero fotos!; que los fotografíen a todos; seguro que todo es una algarada montada por quienes yo me sé. Mientras tanto, para detenerles, que salga el visir y asuste a unos cuantos niños. Sobre todo a los que lleven pegatinas del Hospital. Luego, que proclame en altas voces la culpabilidad del delegado y del subdelegado del Gobierno; algo así como que son el “brazo armado del Partido Socialista”. Que no ahorre en adjetivos. Así los desconcertaremos y, mientras tanto, ganaremos tiempo para replegarnos. Pediremos refuerzos a Herrera, resucitaremos a los defenestrados y pasaremos, reorganizados, al contraataque.
Mientras el ayudante de cámara corría presto a transmitir las órdenes, cuenta el cronista que el presidente se volvió hacia la ventana que daba a la plaza y, ante una muchedumbre que portaba pendones y pancartas, pronunció altisonante tres palabras tras los cristales, acompañadas de un gesto grandilocuente: “Yo soy Zamora”, para emular así la película de Ridley Scott “El reino de los cielos”, que acababa de ver el día anterior en un DVD prestado.
En esto estaba, cuando el alcalde García Guerra entró en las estancias de palacio, cruzó el umbral de la sala del trono y saludó a la solitaria figura de la ventana:
-Salam Aleikum (la paz sea con vos), dijo el de Benavente.
El desconcertado se dio media vuelta y, no saliendo de su asombro por la inesperada aparición, se vio obligado a responder:
- Aleikum salam.
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