Rincones para el recuerdo
EL ÚLTIMO ASEDIO AL CASTILLO DE BENAVENTE
Crónica de la Desolación
Crónica de la Desolación
Por Rafael González Rodríguez *
Hacía ya bastante tiempo que quien suscribe estas líneas no se acercaba por el Torreón del Caracol de Benavente, o lo que es lo mismo por el último vestigio del tristemente extinguido Castillo-Palacio de los Pimentel. Pero la mañana del domingo 19 de octubre de 2008 era soleada, invitaba al paseo y la cámara digital tenía sus baterías recién cargadas. Así que, rememorando pasadas glorias de guerreros y caballeros medievales, desde la Calle de los Carros ascendí por la Calle Fortaleza (antiguo acceso a la Puerta de Santiago y entrada principal al Castillo), e inicié la maniobra de aproximación al Parador de Turismo por su cara sur.
Nada nuevo bajo el Sol, me dije, todo parece estar más o menos como lo deje hace algún tiempo. El torreón presentaba buena luz para el reportaje fotográfico, lejos de los agresivos contraluces del verano, ideal para captar algún detalle no explorado o buscar el siempre escurridizo encuadre creativo. Pero conforme me fui acercando a la fábrica del viejo torreón, levantado a principios del siglo XVI por el V Conde, mis expectativas quedaron gravemente truncadas. El espeso seto que rodea la piscina y los jardines del complejo hotelero ha ido engullendo de forma inexorable la estampa del principal referente benaventano. Resulta complicado encontrar una vista mínimamente presentable, pues los árboles no dejan ver el bosque, esto es el Castillo.
En vista de lo infructuoso del intento decidí entonces probar fortuna y llegar hasta el pie mismo del Torreón. Recordé entonces aquellos grabados, litografías, viejas postales, fotografías antiguas, reportajes de bodas, comuniones, fotos de grupo, recuerdos familiares y sentimentales. No se podría calcular el número de instantáneas, firmadas tanto por profesionales como por aficionados, que durante la pasada centuria eligieron el viejo Torreón como paisaje para sus figuras. Entonces la perspectiva era perfecta si se sabía aprovechar el sol de la mañana. Un desahogado descampado precedía a la noble ruina y, además, desviando ligeramente el objetivo hacia Poniente se obtenía una hermosa panorámica de los molinos de Sorribas y la fértil vega del Órbigo.
Si la vista conjunta de Torreón y Parador acabó siendo, como hemos dicho, una empresa poco sugerente, acercarse a los cimientos del Torreón producirá un profundo desasosiego en más de uno. Lo que hace no muchos años era un ameno rincón, ahora parece un campo de concentración. Una antiestética valla metálica, coronada de una desafiante alambrada, rodea todo el recinto. La obra es reciente, pues el muro de piedra levantado como basamento tiene el cemento limpio y fresco.
Un estrecho y agobiante pasillo (a un lado el muro y al otro el vacío sobre el canal del Órbigo) es el único paso abierto para seguir el sendero hacia los Cuestos. Sólo faltan las torretas y las garitas con los centinelas para estar perfectamente ambientados en Auschwitz, Dachau o Mauthausen, aunque sin saber muy bien si nos encontramos dentro o fuera de tan singular prisión. ¿La valla protege al Castillo de un posible asedio de los benaventanos o somos los paseantes autóctonos los defendidos frente a la invasión de los turistas?
No se acaban de entender las razones de tan evidente atropello al patrimonio monumental. Aunque en la parte interior de la valla se adivinan unos plantones de cupresos, puestos con el fin evidente de disimular en un futuro el desaguisado, el aspecto desde el exterior no soporta la más benévola de las miradas. ¿Sobre qué argumentos de seguridad, privacidad o estética se ha podido levantar tal muro de las lamentaciones?
Tampoco sabe uno sobre quién hacer recaer el grueso de la responsabilidad de tamaño despropósito. Desde luego TURESPAÑA, organismo de la Administración General del Estado propietario del inmueble, ha realizado unas obras de ampliación y consolidación del Parador entre los años 2001 y 2003 que en el aspecto externo han supuesto una "privatización" y ocultación de unos espacios arquitectónicos y de esparcimiento hasta entonces de libre acceso. Ignoro también si la Comisión de Patrimonio de Zamora ha dado el visto bueno a este engendro, o si lo visto se ajusta al proyecto inicial de las actuaciones a realizar. La Dirección General de Patrimonio de la Junta de Castilla y León tendría también algo que decir al respecto, pues no olvidemos que estamos hablando de un Bien de Interés Cultural (BIC) desde el 3 de junio de 1931, de cuya gestión tiene todas las competencias. El Ayuntamiento, como institución obligada a velar por el interés general, también debe entonar el mea culpa, por haber permitido que los benaventanos nos veamos privados de lo que siempre fue un espacio de uso público, y de profundas connotaciones sentimentales para varias de nuestras generaciones.
En cualquier caso, ¿a qué viene tanto empeño en fortificar y sitiar el Torreón? ¿Por qué se valla y se impide el acceso desde el exterior? ¿Es qué no es posible regular un uso compartido de estos ambientes?
A punto de cumplirse el II Centenario del incendio y destrucción de la Fortaleza-Palacio, es triste comprobar como el asedio a estos venerables muros no parece tener su punto y final.
Este y otros artículos también pueden consultarse en el Blog del autor:
http://masvalevolando.blogspot.com/
Hacía ya bastante tiempo que quien suscribe estas líneas no se acercaba por el Torreón del Caracol de Benavente, o lo que es lo mismo por el último vestigio del tristemente extinguido Castillo-Palacio de los Pimentel. Pero la mañana del domingo 19 de octubre de 2008 era soleada, invitaba al paseo y la cámara digital tenía sus baterías recién cargadas. Así que, rememorando pasadas glorias de guerreros y caballeros medievales, desde la Calle de los Carros ascendí por la Calle Fortaleza (antiguo acceso a la Puerta de Santiago y entrada principal al Castillo), e inicié la maniobra de aproximación al Parador de Turismo por su cara sur.
Nada nuevo bajo el Sol, me dije, todo parece estar más o menos como lo deje hace algún tiempo. El torreón presentaba buena luz para el reportaje fotográfico, lejos de los agresivos contraluces del verano, ideal para captar algún detalle no explorado o buscar el siempre escurridizo encuadre creativo. Pero conforme me fui acercando a la fábrica del viejo torreón, levantado a principios del siglo XVI por el V Conde, mis expectativas quedaron gravemente truncadas. El espeso seto que rodea la piscina y los jardines del complejo hotelero ha ido engullendo de forma inexorable la estampa del principal referente benaventano. Resulta complicado encontrar una vista mínimamente presentable, pues los árboles no dejan ver el bosque, esto es el Castillo.
En vista de lo infructuoso del intento decidí entonces probar fortuna y llegar hasta el pie mismo del Torreón. Recordé entonces aquellos grabados, litografías, viejas postales, fotografías antiguas, reportajes de bodas, comuniones, fotos de grupo, recuerdos familiares y sentimentales. No se podría calcular el número de instantáneas, firmadas tanto por profesionales como por aficionados, que durante la pasada centuria eligieron el viejo Torreón como paisaje para sus figuras. Entonces la perspectiva era perfecta si se sabía aprovechar el sol de la mañana. Un desahogado descampado precedía a la noble ruina y, además, desviando ligeramente el objetivo hacia Poniente se obtenía una hermosa panorámica de los molinos de Sorribas y la fértil vega del Órbigo.
Si la vista conjunta de Torreón y Parador acabó siendo, como hemos dicho, una empresa poco sugerente, acercarse a los cimientos del Torreón producirá un profundo desasosiego en más de uno. Lo que hace no muchos años era un ameno rincón, ahora parece un campo de concentración. Una antiestética valla metálica, coronada de una desafiante alambrada, rodea todo el recinto. La obra es reciente, pues el muro de piedra levantado como basamento tiene el cemento limpio y fresco.
Un estrecho y agobiante pasillo (a un lado el muro y al otro el vacío sobre el canal del Órbigo) es el único paso abierto para seguir el sendero hacia los Cuestos. Sólo faltan las torretas y las garitas con los centinelas para estar perfectamente ambientados en Auschwitz, Dachau o Mauthausen, aunque sin saber muy bien si nos encontramos dentro o fuera de tan singular prisión. ¿La valla protege al Castillo de un posible asedio de los benaventanos o somos los paseantes autóctonos los defendidos frente a la invasión de los turistas?
No se acaban de entender las razones de tan evidente atropello al patrimonio monumental. Aunque en la parte interior de la valla se adivinan unos plantones de cupresos, puestos con el fin evidente de disimular en un futuro el desaguisado, el aspecto desde el exterior no soporta la más benévola de las miradas. ¿Sobre qué argumentos de seguridad, privacidad o estética se ha podido levantar tal muro de las lamentaciones?
Tampoco sabe uno sobre quién hacer recaer el grueso de la responsabilidad de tamaño despropósito. Desde luego TURESPAÑA, organismo de la Administración General del Estado propietario del inmueble, ha realizado unas obras de ampliación y consolidación del Parador entre los años 2001 y 2003 que en el aspecto externo han supuesto una "privatización" y ocultación de unos espacios arquitectónicos y de esparcimiento hasta entonces de libre acceso. Ignoro también si la Comisión de Patrimonio de Zamora ha dado el visto bueno a este engendro, o si lo visto se ajusta al proyecto inicial de las actuaciones a realizar. La Dirección General de Patrimonio de la Junta de Castilla y León tendría también algo que decir al respecto, pues no olvidemos que estamos hablando de un Bien de Interés Cultural (BIC) desde el 3 de junio de 1931, de cuya gestión tiene todas las competencias. El Ayuntamiento, como institución obligada a velar por el interés general, también debe entonar el mea culpa, por haber permitido que los benaventanos nos veamos privados de lo que siempre fue un espacio de uso público, y de profundas connotaciones sentimentales para varias de nuestras generaciones.
En cualquier caso, ¿a qué viene tanto empeño en fortificar y sitiar el Torreón? ¿Por qué se valla y se impide el acceso desde el exterior? ¿Es qué no es posible regular un uso compartido de estos ambientes?
A punto de cumplirse el II Centenario del incendio y destrucción de la Fortaleza-Palacio, es triste comprobar como el asedio a estos venerables muros no parece tener su punto y final.
Este y otros artículos también pueden consultarse en el Blog del autor:
http://masvalevolando.blogspot.com/
Etiquetas: Opinión, Patrimonio
<< Home