La Esquina
DÚO Y LAS PALOMAS
Foto: Palomas exiliadas, posadas en la "media naranja" de la iglesia de Santa María del Río, en Castroverde Campos. Abajo, el concejal Juán Dúo.
Por José Ignacio Martín Benito
Hemos sabido que, después de la desesperación por no poder atajar la “plaga” de palomas en Benavente, los responsables de la cosa han decidido adiestrar a los empleados municipales en la captura de las aves.
Descartada la práctica de la cetrería después de comprobar que la población colombina no mermaba –tal vez porque el concejal no leyó De arte venandi cum avigus, el Tratado de Federico II de Suevia (1194-1250)-, ahora se nos dice, “con certeza”, que el número de palomas es difícil de cuantificar.
Desde que hace un año un grupo de vecinos lograra reunir cerca de 700 firmas solicitando al ayuntamiento el control de dichas aves, parece que no hemos tenido otra cosa en Benavente [con independencia de los resaltes, de las basuras incontroladas, del resistente edificio del Mercantil y de los largos monólogos o parrafadas del alcalde, al estilo de los discursos de Hugo Chávez].
Pero lo que llama la atención, sobre todo, es la propuesta de nuevos métodos que el concejal, Juán Dúo, anuncia para exterminar a las voladoras. No se sabe si el edil ha leído recientemente “El niño con el pijama de rayas”, del irlandés John Boyne, o alguna otra novela sobre el holocausto judío llevado a cabo por los nazis, pero parece que ya ha encontrado la solución: encargar el diseño de una cámara de dióxido de carbono, donde serán introducidas y gaseadas las palomas capturadas. ¡Gran estrategia, sí señor! ¡Y luego admiramos la mente del Gran Corso, cuando tan portentosa ocurrencia la tenemos al lado y no la valoramos como es debido!
Sólo con el anuncio, seguro que no hacen falta cámaras de gas. Las palomas temblarán ante la persecución anunciada y pedirán el asilo político en las localidades vecinas, antes de asomar el pico por el término benaventano, no vaya a ser que los hombres de Dúo, armados de tirachinas, jaulas y otros artilugios, estén al acecho.
Como en el poema de Alberti, “se equivocó la paloma”; en este caso, al desplegar sus alas en Benavente. Temibles halcones, intrépidos y adiestrados tramperos, cámaras de gas -y ¡quién sabe! si, también, crematorios-, les aguardan.
Si la poetisa argentina María Elena Walsh hubiera conocido las intenciones de los responsables del Medio Ambiente de la ciudad de los condes-duques, hubiera trocado las ramblas de Barcelona, por la Mota de Benavente en su poema: ¡Ay, paloma!
Pero si las palomas se terminaran, ya nos anuncian que la población de tórtola turca está en aumento y que también los ejemplares de esta especie serán capturados.
Ya he oído que, al paso que vamos y si el concejal Dúo se ve incapaz de atajar la “plaga”, por métodos expeditivos o cualquier otro, pronto podremos ver en Benavente una segunda versión de “Los pájaros” de Alfred Hitchcock (1963). Lo malo es que, con la llegada de tantas aves, arriben también las gaviotas y ahí, seguro, le asaltará una duda razonable al concejal, porque ¿cómo atreverse a descastar a éstas también, si son las mascotas o el tótem alado de su formación política? Y entonces una duda hamletiana sacudirá los cimientos de la concejalía y aún del equipo de gobierno.
Pero, ¡ojo con la captura de palomas! Supongo que en el curso que den a los empleados, el ayuntamiento les enseñe a distinguir los ejemplares “dañinos” de los protectores; no siendo que en la “gasificación” no discriminen y lo mismo introduzcan en la cámara a la paloma de Noé, que a la de Picasso, a la Blanca Paloma del Rocío o al mismísimo Espíritu Santo y, entonces, ¡ay dolor! retornará el Diluvio, volverán los tanques a tomar las calles, los romeros no saltarán ya más la reja y se habrá desvelado el misterio de la Santísima Trinidad. Eso, si el concejal no envía un SMS pidiendo auxilio y recomendando: ¡Pásalo!
Hemos sabido que, después de la desesperación por no poder atajar la “plaga” de palomas en Benavente, los responsables de la cosa han decidido adiestrar a los empleados municipales en la captura de las aves.
Descartada la práctica de la cetrería después de comprobar que la población colombina no mermaba –tal vez porque el concejal no leyó De arte venandi cum avigus, el Tratado de Federico II de Suevia (1194-1250)-, ahora se nos dice, “con certeza”, que el número de palomas es difícil de cuantificar.
Desde que hace un año un grupo de vecinos lograra reunir cerca de 700 firmas solicitando al ayuntamiento el control de dichas aves, parece que no hemos tenido otra cosa en Benavente [con independencia de los resaltes, de las basuras incontroladas, del resistente edificio del Mercantil y de los largos monólogos o parrafadas del alcalde, al estilo de los discursos de Hugo Chávez].
Pero lo que llama la atención, sobre todo, es la propuesta de nuevos métodos que el concejal, Juán Dúo, anuncia para exterminar a las voladoras. No se sabe si el edil ha leído recientemente “El niño con el pijama de rayas”, del irlandés John Boyne, o alguna otra novela sobre el holocausto judío llevado a cabo por los nazis, pero parece que ya ha encontrado la solución: encargar el diseño de una cámara de dióxido de carbono, donde serán introducidas y gaseadas las palomas capturadas. ¡Gran estrategia, sí señor! ¡Y luego admiramos la mente del Gran Corso, cuando tan portentosa ocurrencia la tenemos al lado y no la valoramos como es debido!
Sólo con el anuncio, seguro que no hacen falta cámaras de gas. Las palomas temblarán ante la persecución anunciada y pedirán el asilo político en las localidades vecinas, antes de asomar el pico por el término benaventano, no vaya a ser que los hombres de Dúo, armados de tirachinas, jaulas y otros artilugios, estén al acecho.
Como en el poema de Alberti, “se equivocó la paloma”; en este caso, al desplegar sus alas en Benavente. Temibles halcones, intrépidos y adiestrados tramperos, cámaras de gas -y ¡quién sabe! si, también, crematorios-, les aguardan.
Si la poetisa argentina María Elena Walsh hubiera conocido las intenciones de los responsables del Medio Ambiente de la ciudad de los condes-duques, hubiera trocado las ramblas de Barcelona, por la Mota de Benavente en su poema: ¡Ay, paloma!
Pero si las palomas se terminaran, ya nos anuncian que la población de tórtola turca está en aumento y que también los ejemplares de esta especie serán capturados.
Ya he oído que, al paso que vamos y si el concejal Dúo se ve incapaz de atajar la “plaga”, por métodos expeditivos o cualquier otro, pronto podremos ver en Benavente una segunda versión de “Los pájaros” de Alfred Hitchcock (1963). Lo malo es que, con la llegada de tantas aves, arriben también las gaviotas y ahí, seguro, le asaltará una duda razonable al concejal, porque ¿cómo atreverse a descastar a éstas también, si son las mascotas o el tótem alado de su formación política? Y entonces una duda hamletiana sacudirá los cimientos de la concejalía y aún del equipo de gobierno.
Pero, ¡ojo con la captura de palomas! Supongo que en el curso que den a los empleados, el ayuntamiento les enseñe a distinguir los ejemplares “dañinos” de los protectores; no siendo que en la “gasificación” no discriminen y lo mismo introduzcan en la cámara a la paloma de Noé, que a la de Picasso, a la Blanca Paloma del Rocío o al mismísimo Espíritu Santo y, entonces, ¡ay dolor! retornará el Diluvio, volverán los tanques a tomar las calles, los romeros no saltarán ya más la reja y se habrá desvelado el misterio de la Santísima Trinidad. Eso, si el concejal no envía un SMS pidiendo auxilio y recomendando: ¡Pásalo!
Foto: Palomas exiliadas, posadas en la "media naranja" de la iglesia de Santa María del Río, en Castroverde Campos. Abajo, el concejal Juán Dúo.
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