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EL CAMPANERO
por Emiliano Pérez Mencía
Es de Villanázar y no dejó de tocar durante la procesión que en honor de San Antonio se celebró el pasado día 13 con motivo de su fiesta. Su toque era el de gloria o, si queremos, de júbilo, nombre apropiado también para él. Porque ya está jubilado, lo mismo que muchos vecinos y vecinas de su pueblo. Lo hizo como siempre, subido a la espadaña, muy cerca de las campanas y cogiendo los badajos con las manos o manejando una pequeña cuerda atada a ellos.
Aprendió a tocar cuando era monaguillo y desde entonces lo ha hecho siempre que ha habido necesidad de anunciar a su pueblo las celebraciones religiosas y otros sucesos, agradables o incluso desgraciados. Porque, antiguamente, se tocaban más las campanas. Ellas anunciaban no sólo las fiestas, la misa, el rosario, los bautizos, las bodas, las muertes y los entierros, sino que también avisaban del fuego, las inundaciones, la tormenta, la hacendera, etc. Y si no sonaban ante cualquier acontecimiento, mala cosa. Hasta se decía: ¿Por qué no habrán tocado las campanas?. Tal era la costumbre y familiaridad con ellas.
Los campaneros, conocedores de su oficio, por afición y por vocación, procuraban hacerlo bien, como el de Villanázar, Sabían que el sonido de las campanas llegaba a todos, estuviesen en casa, en la huerta, en el monte o en el río y que de ellas dependía, según fuese su tañido, la alegría o tristeza de sus vecinos. Y hasta las acompañaban en ocasiones con cánticos, versos o palabras sugerentes y que todos conocían. Así ocurría con el toque conocido como Tentenube, que se hacía cuando había una nube amenazante, en la creencia de evitar los daños de una posible tormenta. Los vecinos del pueblo, al repicar las campanas repetían las siguientes palabras:
Es de Villanázar y no dejó de tocar durante la procesión que en honor de San Antonio se celebró el pasado día 13 con motivo de su fiesta. Su toque era el de gloria o, si queremos, de júbilo, nombre apropiado también para él. Porque ya está jubilado, lo mismo que muchos vecinos y vecinas de su pueblo. Lo hizo como siempre, subido a la espadaña, muy cerca de las campanas y cogiendo los badajos con las manos o manejando una pequeña cuerda atada a ellos.
Aprendió a tocar cuando era monaguillo y desde entonces lo ha hecho siempre que ha habido necesidad de anunciar a su pueblo las celebraciones religiosas y otros sucesos, agradables o incluso desgraciados. Porque, antiguamente, se tocaban más las campanas. Ellas anunciaban no sólo las fiestas, la misa, el rosario, los bautizos, las bodas, las muertes y los entierros, sino que también avisaban del fuego, las inundaciones, la tormenta, la hacendera, etc. Y si no sonaban ante cualquier acontecimiento, mala cosa. Hasta se decía: ¿Por qué no habrán tocado las campanas?. Tal era la costumbre y familiaridad con ellas.
Los campaneros, conocedores de su oficio, por afición y por vocación, procuraban hacerlo bien, como el de Villanázar, Sabían que el sonido de las campanas llegaba a todos, estuviesen en casa, en la huerta, en el monte o en el río y que de ellas dependía, según fuese su tañido, la alegría o tristeza de sus vecinos. Y hasta las acompañaban en ocasiones con cánticos, versos o palabras sugerentes y que todos conocían. Así ocurría con el toque conocido como Tentenube, que se hacía cuando había una nube amenazante, en la creencia de evitar los daños de una posible tormenta. Los vecinos del pueblo, al repicar las campanas repetían las siguientes palabras:
Tente nube, tente tú, que más puede Dios que tú;
Si eres lluvia, ven acá, si eres piedra tente allá.
Ojalá que se sigan tocando campanas por los pueblos de los Valles de Benavente y que sea para anunciar buenos y felices acontecimientos.
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