Artículo de opinión
MÁSCARAS DE TRAS-OS MONTES
Por Antonio Pinelo Tiza *
La presencia de máscaras y otros elementos similares y complementarios es una escena constante en todas las culturas y civilizaciones. Desde el teatro griego, pasando por las celebraciones festivas romanas, en los rituales de los antiguos pueblos europeos, africanos o indios y en las actuales comparsas carnavalescas, la máscara siempre desempeñó una función principal en momentos especiales, solemnes o críticos, formalmente institucionalizados en la vida de una comunidad. Momentos que integran la cultura, las creencias, el “modus vivendi” de esa comunidad, que la máscara refleja y el “mascarado” encarna y personifica.
Solsticio de invierno, entrada de Año Nuevo, Carnaval o el paso a una nueva estación de primavera, ciclos de fiesta o de crisis en la sociedad y en la naturaleza en Tras-os-Montes.
Es entonces cuando el “mascarado”, gozando de su estatuto de personaje mítico y superior, entra en el desempeño de sus funciones, gozando de una fuerza y libertad sin igual, es el momento de pedir por el resurgir benéfico del sol cuando se oculta, por sus favores de fertilidad para la Madre Naturaleza; el momento de expurgar la tierra y las culturas de toda suerte de plagas y males; de purificar a la comunidad de las enfermedades pasadas, preparándola para la nueva vida que comienza.
El “mascarado”, llamado “careto” en esta región, asume funciones meramente profanas, bien distintas a las que le fueron originales. Siendo en la antigüedad un elemento de conexión entre los vivos y los muertos, entre el hombre y la divinidad, el mascarado parece hoy desempeñar, de forma inconsciente, las mismas funciones, pero a los ojos del pueblo, representa al diablo, y conscientemente se aumen como tal, sus gestos y actitudes. Se pone por encima de la ley humana y como si se tratase de un ente sagrado, pero poseido por el diablo, se libra de todas las trabas y da rienda suelta a su facultad de destruir y castigar, de mofarse, de acariciar, de danzar y gritar a su capricho.
Danzas, gritos, cencerradas, “anomías”, y críticas sociales institucionalizadas, desviaciones y permisividades, son los rituales que el “mascarado” asume en el desempeño de sus funciones, profilácticas y propiciatorias.
Por Antonio Pinelo Tiza *
La presencia de máscaras y otros elementos similares y complementarios es una escena constante en todas las culturas y civilizaciones. Desde el teatro griego, pasando por las celebraciones festivas romanas, en los rituales de los antiguos pueblos europeos, africanos o indios y en las actuales comparsas carnavalescas, la máscara siempre desempeñó una función principal en momentos especiales, solemnes o críticos, formalmente institucionalizados en la vida de una comunidad. Momentos que integran la cultura, las creencias, el “modus vivendi” de esa comunidad, que la máscara refleja y el “mascarado” encarna y personifica.
Solsticio de invierno, entrada de Año Nuevo, Carnaval o el paso a una nueva estación de primavera, ciclos de fiesta o de crisis en la sociedad y en la naturaleza en Tras-os-Montes.
Es entonces cuando el “mascarado”, gozando de su estatuto de personaje mítico y superior, entra en el desempeño de sus funciones, gozando de una fuerza y libertad sin igual, es el momento de pedir por el resurgir benéfico del sol cuando se oculta, por sus favores de fertilidad para la Madre Naturaleza; el momento de expurgar la tierra y las culturas de toda suerte de plagas y males; de purificar a la comunidad de las enfermedades pasadas, preparándola para la nueva vida que comienza.
El “mascarado”, llamado “careto” en esta región, asume funciones meramente profanas, bien distintas a las que le fueron originales. Siendo en la antigüedad un elemento de conexión entre los vivos y los muertos, entre el hombre y la divinidad, el mascarado parece hoy desempeñar, de forma inconsciente, las mismas funciones, pero a los ojos del pueblo, representa al diablo, y conscientemente se aumen como tal, sus gestos y actitudes. Se pone por encima de la ley humana y como si se tratase de un ente sagrado, pero poseido por el diablo, se libra de todas las trabas y da rienda suelta a su facultad de destruir y castigar, de mofarse, de acariciar, de danzar y gritar a su capricho.
Danzas, gritos, cencerradas, “anomías”, y críticas sociales institucionalizadas, desviaciones y permisividades, son los rituales que el “mascarado” asume en el desempeño de sus funciones, profilácticas y propiciatorias.
* Antonio Pinelo tiza es profesor de Ensino Secundaria en Bragança y uno de los comisarios de la exposición "Máscaras de Tras-os-Montes", que puede verse en el Centro Cultural "Soledad González".
Fotos: Antonio y Pinelo y mascarado transmontano.
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