El silbato
ARQUITECTOS
Por Juan S. Crisóstomo
Cuando este fin de semana, desde La Mota, dirigí la mirada hacia la vega del Esla, volví a encontrarme con la muralla de las construcciones de la calle de los Carros, que impiden que la vista se expansione hacia los cerros de Castrogonzalo.
A la hora de la cena le pregunto a mi padre y él me lo aclara: “Esto lo hicieron hará más de quince años. Tú todavía eras pequeño. Hurtaron a los benaventanos de unas espléndidas vistas. Todavía las recuerdo. Tengo una foto con tus abuelos el día de mi primera comunión, con el valle al fondo”. Y añadió:
- Hubo un tiempo en que los arquitectos se metían a concejales de urbanismo y no se sabía muy bien donde empezaba uno y donde terminaba el otro- me explica mi padre, al tiempo que me cuenta un rosario de supuestas irregularidades urbanísticas en el Benavente de finales de los ochenta y de la década de los noventa que preocuparían a cualquiera.
- Lo malo es que cuando entró un arquitecto profesional en el ayuntamiento y no se plegó al dictado de los mandamases, lo quisieron echar -tercia mi tío, que nos acompaña en la cena.
-Y lo echaron, sí, pero tuvieron que volver a admitirlo por sentencia judicial –continua mi padre.
-Menos mal que se ha puesto orden en el urbanismo del Ayuntamiento desde hace unos años. Eso, para los mandamases de entonces –ahora en la oposición- no gusta –respondió mi tío. Y añade: Se acabó el cachondeo. Llegó a la alcaldía García Guerra y se plantó: “Hasta aquí hemos llegado”, dijo.
- Ahora, los de entonces, hacen piña con el arquitecto-concejal y con los del colegio de León y disparan desde las trincheras, aunque sea con patrañas –explica mi tío.
- Sí, claro, es que algunos debían creer que podían campar a sus anchas, a costa del espacio público de todos los benaventanos y jugar a la ligera con volúmenes y alturas. Ahí se equivocaron -sentencia mi padre.
- ¿Tiene esto algo que ver con el Mercantil?-, pregunto.
- El Mercantil tiene un expediente abierto por infracción urbanística –continua mi tío. Y la obra está paralizada. El Ayuntamiento, parece, no otorgará la licencia hasta que no se reponga la legalidad. El asunto está en los juzgados.
Y así siguió la conversación hasta los postres. Al día siguiente pude comprobar “in situ” determinadas cicatrices en la trama urbana de la ciudad, de lo que deduzco, tras escuchar a mi familia, que en un tiempo el urbanismo en Benavente debió ser algo así como “la casa de tócame Roque”. La verdad, nunca he sabido qué demonios pasó en la casa del tal Roque, pero debió ser algo así como un galimatías o que cada uno hacía lo que le daba la gana. Y en Benavente eso se acabó. Por eso, ahora que, por fin, se ha puesto orden en el urbanismo, compruebo que los de entonces no lo pueden soportar y se dedican a formar triples alianzas, con vocero incluido.
Cuando este fin de semana, desde La Mota, dirigí la mirada hacia la vega del Esla, volví a encontrarme con la muralla de las construcciones de la calle de los Carros, que impiden que la vista se expansione hacia los cerros de Castrogonzalo.
A la hora de la cena le pregunto a mi padre y él me lo aclara: “Esto lo hicieron hará más de quince años. Tú todavía eras pequeño. Hurtaron a los benaventanos de unas espléndidas vistas. Todavía las recuerdo. Tengo una foto con tus abuelos el día de mi primera comunión, con el valle al fondo”. Y añadió:
- Hubo un tiempo en que los arquitectos se metían a concejales de urbanismo y no se sabía muy bien donde empezaba uno y donde terminaba el otro- me explica mi padre, al tiempo que me cuenta un rosario de supuestas irregularidades urbanísticas en el Benavente de finales de los ochenta y de la década de los noventa que preocuparían a cualquiera.
- Lo malo es que cuando entró un arquitecto profesional en el ayuntamiento y no se plegó al dictado de los mandamases, lo quisieron echar -tercia mi tío, que nos acompaña en la cena.
-Y lo echaron, sí, pero tuvieron que volver a admitirlo por sentencia judicial –continua mi padre.
-Menos mal que se ha puesto orden en el urbanismo del Ayuntamiento desde hace unos años. Eso, para los mandamases de entonces –ahora en la oposición- no gusta –respondió mi tío. Y añade: Se acabó el cachondeo. Llegó a la alcaldía García Guerra y se plantó: “Hasta aquí hemos llegado”, dijo.
- Ahora, los de entonces, hacen piña con el arquitecto-concejal y con los del colegio de León y disparan desde las trincheras, aunque sea con patrañas –explica mi tío.
- Sí, claro, es que algunos debían creer que podían campar a sus anchas, a costa del espacio público de todos los benaventanos y jugar a la ligera con volúmenes y alturas. Ahí se equivocaron -sentencia mi padre.
- ¿Tiene esto algo que ver con el Mercantil?-, pregunto.
- El Mercantil tiene un expediente abierto por infracción urbanística –continua mi tío. Y la obra está paralizada. El Ayuntamiento, parece, no otorgará la licencia hasta que no se reponga la legalidad. El asunto está en los juzgados.
Y así siguió la conversación hasta los postres. Al día siguiente pude comprobar “in situ” determinadas cicatrices en la trama urbana de la ciudad, de lo que deduzco, tras escuchar a mi familia, que en un tiempo el urbanismo en Benavente debió ser algo así como “la casa de tócame Roque”. La verdad, nunca he sabido qué demonios pasó en la casa del tal Roque, pero debió ser algo así como un galimatías o que cada uno hacía lo que le daba la gana. Y en Benavente eso se acabó. Por eso, ahora que, por fin, se ha puesto orden en el urbanismo, compruebo que los de entonces no lo pueden soportar y se dedican a formar triples alianzas, con vocero incluido.
<< Home