La imagen de hoy. Tiempo de Carnaval
LOS DEMONIOS
Por Emiliano Pérez Mencía
Así se presentan y así llaman a quienes se disfrazan de esta forma en el carnaval de Villanueva de Valrojo, este pequeño pueblo perteneciente a la comarca de la Carballeda, provincia de Zamora. Porque en esta provincia es sobre todo en pueblos, y no en la capital (aunque gran parte de la población proceda de ellos), en donde se celebran y viven con más intensidad las mascaradas. Éstas comienzan en Navidad, allá por San Esteban (26 de Diciembre) y siguen en Enero con San Antón, en Febrero con Santa Brígida y Santa Águeda, y terminan con los Carnavales, los días anteriores al Miércoles de Ceniza. Basta recorrer las comarcas de Aliste, Carballeda, Los Valles, y algunas otras, para comprobarlo.
Y es que, por lo que se ve, en los pueblos necesitan, más que en la capital, disfrazarse de vez en cuando y convertirse en algo distinto a lo que son, no solamente para divertirse con las charangas, bailes, y cencerros, y convivir de manera distinta vecinos y forasteros, sino también, como hacen en algunos lugares, para poder utilizar y servirse de versos satíricos o irónicos y decir verdades, cantar las cuarenta, y pedir o exigir algunas de las cosas a la que tienen derecho y de las que están necesitados. Y lo hacen, aunque sea ridiculizando o metiéndose, con descaro y bajo la máscara, con aquellos dirigentes locales, provinciales o regionales que les prestan poca atención a lo largo del año. Piensan ellos que la permisividad de estos días puede dejar algún poso o mella en dichos dirigentes cuando, pasada la celebración, se vuelva a la normalidad.
Es triste que todavía sea necesario utilizar la máscara en algunas ocasiones y en algunos pueblos para reivindicar, pedir o exigir cosas necesarias, a las que tienen derecho. Y todo es por falta de acuerdos y consensos entre amos y criados, señores y súbditos, dirigentes y ciudadanos en general, etc.
Pero parece ser que siempre fue así, pues lo que se hace y celebra no es de ahora, sino que pertenece a un pasado más o menos remoto, al que los protagonistas respetan, valoran y quieren recordar todos los años, aunque sea vistiéndose con elegante sencillez, y cubriendo su rostro con máscaras o caretas de fabricación artesana y no por ello menos elegantes.
Y es que, por lo que se ve, en los pueblos necesitan, más que en la capital, disfrazarse de vez en cuando y convertirse en algo distinto a lo que son, no solamente para divertirse con las charangas, bailes, y cencerros, y convivir de manera distinta vecinos y forasteros, sino también, como hacen en algunos lugares, para poder utilizar y servirse de versos satíricos o irónicos y decir verdades, cantar las cuarenta, y pedir o exigir algunas de las cosas a la que tienen derecho y de las que están necesitados. Y lo hacen, aunque sea ridiculizando o metiéndose, con descaro y bajo la máscara, con aquellos dirigentes locales, provinciales o regionales que les prestan poca atención a lo largo del año. Piensan ellos que la permisividad de estos días puede dejar algún poso o mella en dichos dirigentes cuando, pasada la celebración, se vuelva a la normalidad.
Es triste que todavía sea necesario utilizar la máscara en algunas ocasiones y en algunos pueblos para reivindicar, pedir o exigir cosas necesarias, a las que tienen derecho. Y todo es por falta de acuerdos y consensos entre amos y criados, señores y súbditos, dirigentes y ciudadanos en general, etc.
Pero parece ser que siempre fue así, pues lo que se hace y celebra no es de ahora, sino que pertenece a un pasado más o menos remoto, al que los protagonistas respetan, valoran y quieren recordar todos los años, aunque sea vistiéndose con elegante sencillez, y cubriendo su rostro con máscaras o caretas de fabricación artesana y no por ello menos elegantes.
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